Cuando se trata de otorgar perdón a otros, siempre creemos que tiene que ver más con los otros que con nosotros mismo.
Perdonar a alguien que nos ha lastimado, ya sea pequeña o grande la acción, eso depende desde qué perspectiva se vea ; puede llegar a convertirse en algo insuperable.
Realmente no tenemos la fuerza para perdonar, no en la forma en que Dios lo demanda, sin resentimientos, sin registros ni cuentas por llevar, sin reproches... perdonar no está en nosotros, está en Cristo; por eso lo necesitamos.
La fuerza y la capacidad para perdonar lo imperdonable proviene de Dios y de su Espíritu.
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